Por Emir García Meralla (Notas discográficas del álbum Mira como se te van los pies, Bis Music, 2021)
La primera referencia conocida al término “bamboleo” se debe a los navegantes fenicios y explicaba a grandes rasgos el movimiento indistinto de babor a estribor (y viceversa) que experimentaban sus naves mientras se desplazaban por las bravas aguas del mar Egeo en sus incursiones comerciales. Tal movimiento les obligaba a acomodar adecuadamente sus cargas para lograr el equilibrio necesario de la nave durante las travesías.
Pasaron los siglos; los movimientos culturales y los avances científicos comenzaron a formar parte fundamental de nuestras vidas; y el acto de “bambolearse” mantuvo su concepción inicial hasta que a fines del siglo XX llegó a la música cubana; específicamente al movimiento conocido como “timba brava” con una particularidad: forma de expresar las inquietudes propias de una generación que no renegaba de sus antecesores, pero podía definir un punto de inflexión con las que le sucederían. Simple ecuación de equilibrio sonoro en las turbulentas aguas de la música popular, no solo cubana sino de otras corrientes que la circundan. Ahora entraba un nuevo acápite al significado original: la razón sonora; o como diría un amigo “… negra con puntillas uniendo fuertemente la clave de sol y la clave de fa…”
Es el año 1996. En el universo de la música popular bailable cubana es normal el surgimiento de una nueva orquesta que fuera desprendimiento de alguna conocida en mayor o menor medida; en otros casos era la oportunidad para fundar un proyecto convocando a músicos conocidos y/o emergentes. Es una generación que se arriesga a buscar espacios para sus sueños y a expresarse para que el público bailador le premiara con su favor. Ciertamente, los estándares musicales de ese momento eran lo suficientemente altos y se exigía como elemento fundamental mostrar determinada originalidad. El concepto musical estaba planteado, solo quedaba expresarlo de modo coherente.
La timba, aunque pocos se atreven a decirlo, tuvo su momento de darwinismo musical. La lista de los que quedaron por el camino es larga e implicó fuertes desgarramientos emocionales y musicales. Los sobrevivientes supieron interpretar la lección de los fenicios: equilibrar las cargas a fin de llegar a puerto seguro.
La timba, como todo buen árbol expandió sus ramas y bajo su sombra se cobijaron algunos; otros prefirieron trasplantar alguna rama y buscar su propia variante (larga vida al injerto). Tal es el caso de Lázaro Valdés –el hijo, el nieto de don Oscar “el abuelo reloj”—que honor a los fenicios nombro a su banda Bamboleo.
Alguien podrá preguntarse: ¿por qué redundar con el asunto del bamboleo?; ¿es o no es un equilibrio musical?, ¿y qué tienen que ver la timba, Lazarito Valdés, los injertos y los fenicios? Permita que le explique.
Una particularidad de la música y los músicos cubanos, en general es su capacidad de adaptación a los diversos escenarios que se le presentan, a pesar de su conocida especialización en algún género o corriente. Si se hace una revisión concienzuda de la historia musical cubana se encontrarán los ejemplos más elocuentes de nombres destacados como pianistas que han logrado fama lo mismo como concertistas que en el rol de acompañantes o que han influido en su papel de músico de atril en una formación popular –me permito pasar por alto las conocidas listas para evitar omisiones.
Lazarito Valdés entra en esta historia de modo particular. Primero está en calidad de grumete en los tiempos en que formo parte del grupo del cantante Héctor Téllez; entonces era un adolescente, lo mismo que muchos de su generación que hoy admiramos, con muchas energías y deseos de destacar. Después tuvo el papel de contramaestre en la orquesta de Pachito Alonso hasta que decidió reunir una tripulación y dar el salto a capitanear su propio barco, al que nombró Bamboleo, con el que ha navegado a todo viento por veinte y cinco años en las aguas turbulentas de nuestra música.
Bamboleo, la orquesta, se puede definir como una de las más progresistas dentro del universo de la timba; no solo en lo musical sino en algunos riesgos que ha corrido y que han sido aceptados posteriormente por algunas otras formaciones musicales. De ellos el más destacado fue dar protagonismo a mujeres como cantantes líderes, son los casos de Haila y Vania. Cantantes que impusieron un estilo de actuar y con una proyección escénica que ha quedado en el imaginario popular.
Pero hay más. Bamboleo será la primera agrupación cubana que fundirá su trabajo con una leyenda del R&B como el grupo Temptetion en uno de los discos que se pueden llamar icónicos en la historia de la timba y de la música cubana en general; demostrando el tronco común entre esa forma de hacer la música de los afronorteamericanos y la timba brava; esa que tiene de jazz, rumba y que se adereza con cucharadas de Funky y algo de soul.
Hay un Bamboleo que ha dejado en el jazz afrocubano su impronta. Una impronta en la que el fantasma de Irakere por una parte y el de Emiliano Salvador juguetean alegremente. Todo ello sin grandes alardes.
Pero el más conocido es el de la timba brava, esa que suena macho hasta la médula –olvidemos los temas de género en el momento de evaluar el papel de sus cantantes femeninas en un mundo tan complicado como el de la música popular cubana; fin de cuentas bamboleo fue adelantado es el asunto de marras desde un principio—y que se transpira en cada una de sus presentaciones.
Y como buen navegante, Lazarito Valdés, ha sabido asumir cargas que algunos no han tomado en consideración y que le han reportado el rédito suficiente.
Este disco no es más que una parte de su gruesa bitácora musical; en el se cuentan algunas de sus tantas travesías, de sus cruces por mares turbulentos en los que ha visto al temido craken, ha escuchado los cantos de sirena o simplemente no ha tenido el viento suficiente para llegar a tiempo a su puerto de destino; pero por ello no ha dejado de curtirse en tales aguas. Es también la primera página de sus próximas aventuras.
Sin embargo; su nao: el Bamboleo sigue tan vigoroso como aquella lejana noche de 1996 en que fuera bautizada en el Palacio de la Salsa, consciente de que en cada puerto un bailador le espera.
Así es el mundo de la música y el de los navegantes: un constante reto a la vida, a la suerte, a la inmortalidad.